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Fue una de las mentes más brillantes del siglo XX. Nació en Viena en 1878, cuando ser mujer y querer estudiar ciencia era casi un acto de rebeldía. Pero Lise Meitner no pedía permiso: lo exigía el conocimiento.

Se convirtió en una de las primeras mujeres doctoradas en física. Más tarde, junto a Otto Hahn, logró lo impensable: comprender cómo un núcleo atómico podía partirse en dos. Había nacido la fisión nuclear. Era 1938, y la historia del mundo cambiaría para siempre.

Pero cuando llegó el reconocimiento… ella no estaba invitada.

Hahn recibió el Premio Nobel de Química en 1944. Meitner, que había hecho los cálculos teóricos y dado sentido físico al descubrimiento, fue ignorada. El Comité Nobel no mencionó su nombre. Ni una vez.

Tal vez fue porque era mujer. O porque era judía. O porque había huido de la Alemania nazi, mientras su colega permanecía en Berlín.

Lise no reclamó. Siguió trabajando. Enseñando. Investigando. Varios años después, le pusieron su nombre a un elemento: el meitnerio. Demasiado tarde para reparar una injusticia. Pero suficiente para recordarnos que no todo el valor se mide con medallas.

Einstein la llamó “la Marie Curie alemana”. El mundo, tarde o temprano, tuvo que rendirse ante su luz.

Porque hay mujeres que dividen el átomo. Y también dividen la historia.