Poemas
CANCIÓN AL 9 DE OCTUBRE (HIMNO DE GUAYAQUIL)
¿Veis esa luz amable
que raya en el oriente,
cada vez más luciente
en gracia celestial?
Esa es la aurora plácida
que anuncia libertad.
Esa es la aurora plácida
que anuncia libertad.
Coro
Saludemos gozosas
en armoniosos cánticos
esa aurora gloriosa
que anuncia libertad,
libertad, libertad.
Nosotras guardaremos
con ardor indecible
tu fuego inextinguible,
oh santa libertad,
como vestales vírgenes
que sirven a tu altar,
como vestales vírgenes
que sirven a tu altar.
Coro
Saludemos gozosas
en armoniosos cánticos
esa aurora gloriosa
que anuncia libertad,
libertad, libertad.
Haz que en el suelo que amas
florezca en todas partes
el culto de las artes
y el honor nacional.
Y da con mano pródiga
los bienes de la paz,
y da con mano pródiga
los bienes de la paz.
Coro
Saludemos gozosas
en armoniosos cánticos
esa aurora gloriosa
que anuncia libertad,
libertad, libertad.
Autor: José Joaquín de Olmedo
A UN AMIGO
(Don Gaspar Rico)
En el nacimiento de su primogénito
¡Tanto bien es vivir, que presurosos
deudos y amigos plácidos rodean
la cuna del que nace,
y en versos numerosos
con felices pronósticos recrean
la ilusión paternal! Uno la frente
besa del inocente
y en ella lee su próspero destino;
otro, ingenio divino,
sed de saber y fama
y de amor patrio la celeste llama
ve en sus ojos arder; y la ternura,
el candor y piedad otro divisa
en su graciosa y plácida sonrisa.
Pero ¿será feliz?, ¿o serán tantas
hermosas esperanzas, ilusiones?
Ilusiones, Risel. Ese agraciado
niño, tu amor y tu embeleso ahora,
hombre nace a miseria condenado.
Vanos títulos son para librarle
su fortuna, su nombre.
Mas ¿qué hablo yo de nombre y de fortuna?,
si su misma virtud y sus talentos
serán en estos malhadados días
un crimen sin perdón... La moral pura
la simple, la veraz filosofía,
y tus leyes seguir, madre Natura,
impiedad se dirá. Rasgar el velo
que la superstición, la hipocresía
tienden a la maldad; decir que el cielo
límites ciertos al poder prescribe
como a la mar; y que la mar insana
menos desobediente
es al alto decreto omnipotente:
impiedad... sedición... Por toda parte,
la frente erguida, el vicio se pasea,
llevando por divisa «audacia y arte».
Tienta, seduce, inflama,
ni oro, ni afán perdona;
da a la maldad por galardón la fama,
se atreve a todo, y triunfa, y se corona.
¡Qué escenas, Dios!, ¡qué ejemplos!, ¡qué peligro!
¿Y es tanto bien vivir? -¡Siquiera el cielo
a más serenos días retardará,
oh niño, tu nacer!, que ahora sólo
el indigno espectáculo te espera
de una patria en mil partes lacerada,
sangre filial brotando por doquiera,
y, crinada de sierpes silbadoras,
la discordia indignada
sacudiendo, cual furia horrible y fea,
su pestilente y ominosa tea.
¡Oh!, ¡si te fuera dado al seno oscuro
pero dulce y seguro,
de la nada tornar!... y de este hermoso
y vivífico sol, alma del mundo,
no volver a la luz, sino allá cuando
ceñida en lauro de victoria ostente
la dulce patria su radiosa frente,
el astro del saber termine
su conocido giro al occidente,
y el culto del arado y de las artes,
más preciosas que el oro,
haga reflorecer en lustre eterno,
candor, riqueza y nacional decoro,
y leyes de virtud y amor dictando,
en lazo federal las gentes todas
adune la alma paz, y se amen todas...
y ¡oh triunfo!, derrocados
caigan al hondo abismo
error, odio civil y fanatismo.
Traed, cielos, en alas presurosas
este de expectación hermoso día.
Entretanto, Risel, cauto refrena
el vuelo de esperanza y de alegría.
¡Oh, cuántas veces una flor graciosa
que al primer rayo matinal se abría,
y gloria del vergel la proclamaba
la turba de los hijos de la Aurora,
y algún tierno amador la destinaba
a morir perfumando el casto seno
de la más bella y más feliz pastora!,
¡oh, cuántas veces mustia y desmayada
no llega a ver el sol, que de improviso
la abrasa el hielo, el viento la deshoja,
o quizá hollada por la planta impura
de una bestia feroz ve su hermosura!
Empero tu deber, Risel amado,
ya que te ves alzado
a la sublime dignidad de padre,
te manda no temer; antes el fuerte
pecho contraponer a la violenta
avenida del mal y de la suerte.
Virtud, ingenio tienes. Sirva todo,
no sólo a dirigir la índole tierna
de tu hijo al bien, que en desunión eterna
está con la ambición y la mentira,
sino a purificar en algún modo
el aire infecto que doquier respira.
Aprenda de tu ejemplo
prudencia, no doblez; valor, no audacia;
moderación en próspera fortuna,
constante dignidad en la desgracia.
Porque cuando en el monte se embravece
hórrida tempestad, el flaco arbusto
trabajado del ábrego perece,
mas al humilde suelo nunca inclina
su excelsa frente la robusta encina,
antes allá en las nubes señorea
los elementos en su guerra impía
y al fulgurante rayo desafía.
Y tú, mi dulce amiga, cuyo hermoso
corazón es el ara
del amor conyugal y la ternura,
que por seguir y consolar tu esposo,
en tabla mal segura
osaste hollar con varonil denuedo
mares por sus naufragios tan famosas,
y cortes más que mares procelosas;
tú, que aun en medio del dolor serena,
viste abrirse a tus pies la tumba oscura,
ni asomada a su abismo te espantaste,
y ansiedad, y amargura,
en los pesares sólo,
mal merecidos, de Risel mostraste,
o cuando el tierno pecho te asaltaba
dulce memoria de tu patria ausente;
¡oh!, entonces no sabías
que al volver a tu patria y tus amigos
en premio el cielo a tu virtud guardaba
lo que negó a diez años de deseos,
y que madre a tu madre abrazarías.
Gózate para siempre, amiga mía;
huyó la nube en tempestad preñada,
y te amanece bonancible día.
Éste, éste de la patria el caro suelo,
éste su dulce y apacible cielo,
éstos tus lares son. ¿Por qué suspiras?
No es ya mentido sueño lo qué miras...
Esa que tierna abrazas es tu madre,
tú, más feliz que yo, tu madre abrazas...
mientras yo ¡desdichado!,
sólo en la tumba abrazaré la mía.
Tú, sé feliz, y goza ya, segura
de sobresalto fiero,
inefable delicia en el cariño
de este precioso niño,
primera prenda de tu amor primero.
Paréceme mirarte embebecida
en sus ingenuas y festivas gracias;
y, cuando más absorta, de improviso
una lágrima ardiente
de tus ojos brotar... el inocente
cual si entendiera lo que entonces piensas,
las manecitas cariñosas tiende,
abre en sonrisa la encarnada boca
y el dulce beso maternal provoca.
Bésale, veces mil, y esta dulzura
divide con Risel. Sabia Natura
no te formó al nacer amable, hermosa,
sino para ser madre y ser esposa.
Y tú, querido infante, que ignorando
cuál será tu destino, en la dorada
blanda cuna te meces,
y agraciado sonríes
o ledo te adormeces;
ya que mirar la luz te ha dado el cielo,
vive, florece; y tus amigos vean
que en honor y consuelo
de tu familia y de tu patria creces.
Sigue como tus padres alentado
de la virtud la senda,
y nada temas; que en cualquier estado
vive el hombre de bien serenamente
a una y otra fortuna preparado.
Y libre, o en cadena, y aun alzada
sobre su cuello la funesta espada,
en noble impavidez antes la frente
a la ceñuda adversidad humilla
que a un risueño tirano la rodilla.
Autor: José Joaquín de Olmedo
MI RETRATO
¡Qué dignos son de risa
esos hombres soberbios,
que piensan perpetuarse
pintándose en los lienzos!
De blasones ilustres
sus cuadros están llenos,
de insignias y de libros
y pomposos letreros.
De este modo ellos piensan
que sus retratos viejos
serán un gran tesoro
a sus hijos y nietos,
y que todos los hombres
del siglo venidero
su arrugada figura
mirarán con respeto.
¡Oh, cómo se disipan
esas torres de viento!
Tú alguna vez me viste
reírme de mi abuelo
con su blonda peluca
y sus narices menos.
Si los hombres se olvidan
aun de los hombres muertos,
¿qué no harán, hermanita,
qué no harán con los lienzos?
En rincones oscuros,
de vil polvo cubiertos,
aun los hombres más grandes
duermen un sueño eterno.
Permíteme que piense
de un modo muy diverso:
otros, enhorabuena,
quieran hacerse eternos
por sus grandes hazañas,
por sus grandes talentos;
pero yo ¡vida mía!
más mérito no tengo
que ser hermano tuyo,
pues lo demás es menos
Y como el hombre sabio,
filósofo y modesto
con la vida presente
sólo vive contento,
deja que en cuanto pueda
imite estos ejemplos,
pues el sabio en sus obras
nos deja su diseño.
Así no me interesa
que tuviesen Homero,
Virgilio, Horacio, Ovidio,
buen rostro o rostro feo:
instrúyanme sus obras,
deléitenme sus versos;
lo demás, ¡amor mío!
no merece un deseo.
Deja que quieto viva
en el presente tiempo,
pues el tiempo futuro,
ya no estaré muy lejos,
insensible al aplauso,
insensible al concepto
que de mí formar quieran
los sabios y los necios.
Gózate que no tenga
esos vanos deseos;
deja que sin desquite
en mis alegres versos,
muy ufano me ría
de esos hombres soberbios
que piensan perpetuarse
pintándose en los lienzos.
¡Cuán duro es retratarse,
y más cuando uno es feo!,
por ti hago el sacrificio.
Lo mandas; te obedezco.
El pintor soy yo mismo;
venga, venga un espejo
que fielmente me diga
mis gracias y defectos.
Ya está aquí: no tan malo;
yo me juzgué más feo,
y que al verme soltara
los pinceles de miedo.
Pues ya no desconfío
de darte algún contento,
y más cuando me quieres,
y yo me lo merezco.
Imagínate, hermana,
un joven, cuyo cuerpo
tiene de alto dos varas,
si les quitas un dedo.
Mi cabello no es rubio,
pero tampoco es negro,
ni como cerda liso,
ni como pasa crespo.
La frente es espaciosa,
como hombre de provecho;
ni estirada, arrugada,
ni adusta mucho menos.
Las cejas bien pobladas
y algo oscuro su pelo,
y debajo unos ojos
que es lo mejor que tengo:
ni muy grandes, ni chicos,
ni azules, ni muy negros,
ni alegres, ni dormidos,
ni vivos, ni muy muertos.
Son grandes las narices,
y a mucho honor lo tengo,
pues narigones siempre
los hombres grandes fueron:
el célebre Virgilio,
el inmortal Homero,
el amoroso Ovidio,
mi amigo y mi maestro.
La boca no es pequeña,
ni muy grande en extremo;
el labio no es delgado,
ni pálido, o de fuego.
Los dientes son muy blancos,
cabales y parejos,
y de todo me río
para que puedan verlos.
La barba es algo aguda,
pero con poco pelo:
me alegro, que eso menos
tendré de caballero.
Sobre todo, el conjunto
algo tosco lo creo:
el color no es muy blanco,
pero tampoco es prieto.
Menudas, pero muchas
cacarañitas tengo,
pues que nunca faltaron
sus estrellas al cielo.
Mas por todo mi rostro
vaga un aire modesto,
cual transparente velo
que encubre mis defectos.
Hermana, ésta es mi cara:
¿qué tal?, ¿te ha dado miedo?
Pues aguarda, que paso
a pintarte mi cuerpo.
No es largo, ni encogido,
ni gordo mi pescuezo:
tengo algo anchos los hombros
y no muy alto el pecho.
Yo no soy corcobado
mas tampoco muy tieso;
aire de petimetre
ni tengo ni lo quiero.
La pierna no es delgada,
el muslo no es muy grueso,
y el pie que Dios me ha dado
no es grande ni pequeño.
El vestido que gasto
debe siempre ser negro,
que, ausente de ti, sólo,
de luto vestir debo.
Una banda celeste
me cruza por el pecho,
que suele ser insignia
de honor en mi colegio.
Ya miras cómo en todo
disto de los extremos;
pues lo mismo, lo mismo
es el alma que tengo.
En vicios, en virtudes,
pasiones y talentos,
en todo ¡vida mía!
en todo guardo un medio:
sólo, sólo en amarte
me voy hasta el extremo.
Mi trato y mis modales
van a par con mi genio:
blandos, dulces, sin arte
lo mismo que mis versos.
Este es, pues, mi retrato,
el cual queda perfecto,
si una corona en torno
de su frente ponemos,
de rosas enlazadas
al mirto y laurel tierno,
que el Amor y las Musas
alegres me ciñeron.
Y siéntame a la orilla
de un plácido arroyuelo,
a la sombra de un árbol,
floridos campos viendo;
y en un rincón del cuadro
tirados en el suelo,
el sombrero, la banda,
las borlas y el capelo.
Me pondrán en el hombro
con mil lascivos juegos
la amorosa paloma
que me ha ofrecido Venus.
Junto a mí, pocos libros,
muy pocos, pero buenos:
Virgilio, Horacio, Ovidio;
a Plutarco, al de Teyo,
a Richardson, a Pope,
y a ti ¡oh Valdés!, ¡oh tierno
amigo de las Musas,
mi amor y mi embeleso!
Y al pie de mi retrato,
pondrán este letrero:
«Amó cuanto era amable,
amó cuanto era bello».
¡Oh, retrato dichoso!,
vas donde yo no puedo:
tu suerte venturosa
¡con cuánta envidia veo!
Anímate a la vista
de aquella que más quiero,
y dile mis ternuras,
y dile mis deseos.
Dale mil y mil veces
pruebas de mi amor tierno,
y dale mil abrazos,
y en la mejilla un beso.
Autor: José Joaquín de Olmedo
A MIS ENEMIGOS
¿Qué os hice yo, mujer desventurada
Que en mi rostro, traidores, escupís
De la infame calumnia la ponzoña
Y así matáis a mi alma juvenil?
¿Qué sombra os puede hacer una insensata
Que arroja de los vientos al confín
Los lamentos de su alma atribulada
Y el llanto de sus ojos ¡ay de mí!
Envidiáis, envidiáis que sus aromas
Le dé a las brisas mansas el jazmín?
Envidiáis que los pàjaros entonen
Sus himnos cuando el sol viene a lucir?
No! no os burlèis de mí sino del cielo....
Que, al hacerme tan triste e infeliz,
Me dió para endulzar mi desventura
De ardiente inspiración rayo gentil.
Por qué, por qué queréis que yo sofoque
Lo que en mi pensamiento osa vivir?
Por qué matáis para la dicha mi alma?
Por qué ¡cobardes a traición! me herís?
No dan respeto la mujer, la esposa,
La madre amante a vuestra lengua vil....
Me marcáis con el sello de la impura....
Ay! nada! nada! respetáis en mí!
Autor: Dolores Veintimilla
A LA MISMA AMIGA
Ninfa del Guayas
Encantador!
De tus abriles
En el albor,
Cuando regreses
A la mansión,
Donde te espera
Todo el amor
De los que hoy ruegan
Por tí al Señor;
Cuando más tarde
Vengan en pos
De los placeres
Que apuras hoy,
Los tiernos goces
Y la emoción
Con que las madres
Amamos ¡Oh!
A los pedazos
Del corazón;
No olvides, Carmen,
No olvides, nó!
A tu Dolores
Por otro amor!
Autor: Dolores Veintimilla
LAS ALAS ROTAS
En continuas orgías cuerpos y almas servimos
a los siete lobeznos de los siete pecados:
la vid de la Locura de sus negros racimos
exprimió en nuestras bocas los vinos condenados.
Pálidas majestades sombrías y ojerosas,
lánguidos oficiantes de pintadas mejillas
se vieron coronados de nuestras frescas rosas
y en la Misa del Mal doblamos las rodillas…
Y acabado el festín -al ensayar el vuelo
hacia el puro Ideal- como heridas gaviotas
las almas descendieron al putrefacto suelo,
asfixiadas de luz con las alas rotas!
Autor: Medardo Ángel Silva
LLAMÉ A TU CORAZÓN
Llamé a tu corazón… y no me ha respondido…
pedí a drogas fatales sus mentiras piadosas…
en vano! contra ti nada puede el olvido:
he de seguir de esclavo a tus plantas gloriosas!
Invoqué en mi vigilia; la imagen de la Muerte
y del Werther germano, el recuerdo suicida…
y todo inútilmente! el temor de perderte
siempre ha podido más que mi horror a la vida!
Bien puedes sonreír y sentirte dichosa:
el águila a tus plantas se ha vuelto mariposa,
Dalila le ha cortado a Sansón los cabellos;
mi alma es un pedestal de tu cuerpo exquisito;
y las alas, que fueron para el vuelo infinito,
como alfombra de plumas están a tus pies bellos!
Autor: Medardo Ángel Silva
LA DIVINA COMEDIA
¡Deja sobre tu seno que ruede mi cabeza
como una flor pesada de pena y de pasión:
que amor burla con gracia sutil toda certeza
y la cabeza siente, pues piensa el corazón!
De este divino engaño cuando la farsa empieza,
truecan sabios sus alas Sentimiento y Razón:
¡y el pensamiento es todo ternura y ligereza
porque el sentir es todo cordura y reflexión!
A tiempo se repite la fama de esta ambigua
y dolorosa farsa, ¡tan nueva y tan antigua!
y es siempre igual el fondo y análoga la acción.
Empecemos de nuevo la divina comedia,
hoy que la duda, Amada, mi corazón asedia,
que esta vez... ¡quizá olvide que él lleva la razón!
Autor: Ernesto Noboa y Caamaño
RETRATO ANTIGUO
Tienes el aire altivo, misterioso y doliente
de aquellas nobles damas que retrató Pantoja:
y los cabellos oscuros, la mirada indolente,
y la boca imprecisa, luciferina y roja.
En tus negras pupilas el misterio se aloja,
el ave azul del sueño se fatiga en tu frente,
y en la pálida mano que una rosa deshoja,
resplandece la perla de prodigioso oriente.
Sonrisa que fue ensueño del divino Leonardo,
ojos alucinados, manos de Fornarina,
porte de Dogaresa, cuello de María Estuardo,
que parece formado -por venganza divina-
para rodar segado como un tallo de nardo,
como un ramo de lirios, bajo la guillotina.
Autor: Ernesto Noboa y Caamaño
RETORNO
Llegó de lejano país
El compañero,
Que vimos partir del país
Un mes de Enero.
Conversa afectuoso y está
Encanecido,
Al lado del piano, que está
Dado al olvido.
¿Por qué su sonrisa infeliz
Al sol que muere?
Nos calla que ha sido infeliz,
¿Ya no nos quiere...?
El viento deshoja el jardín
Hoy mustio y viejo,
Y él ve amarillear el jardín
En el espejo.
Autor: Humberto Fierro
EL FAUNO
Canta el jilguero. Pasó la racha.
Entre los mirtos resuena el hacha.
La rosa mustia se inclina loca
Sobre su fuente, cristal de roca.
El fauno triste de alma rubia
Tiene en sus ojos gotas de lluvia.
Autor: Humberto Fierro
LA TRISTEZA DEL ANGELUS
En la puerta de piedra que le musgo lento cubre
he descansado viendo que se deshoja el día,
en las puertas de piedra de donde a fin de Octubre
veíamos Ponientes de equívoca alegría.
He aguardado el Angelus que su sonrisa abría
para Nuestra Señora la eterna Poesía.
Y he sentido el perfume silvestre, como antes
en el paisaje humilde que Mollet firmaría,
y mi corazón y mi alma delirantes
se dan sin condiciones a la melancolía…
A la melancolía, que invita a esta hora
a oír largamente el agua y el ruiseñor que llora.
Autor: Humberto Fierro
LA TARDE MUERTA
Se moría la tarde rosa
De una Primavera lejana,
Desmayándose temblorosa
En los vidrios de mi ventana.
Por mi alcoba cerrada al huerto
Ya la carretera tan larga,
Pasaba el minuto desierto
Con una lentitud amarga,
Ya del sol no quedaba ni una
Mancha de oro en el infinito.
Yo no he visto cosa ninguna
Más triste que ese azul marchito.
Tanto tiempo! dije, hace tanto
Que decliné esta tarde mustia
Con un helado desencanto
Y aromada de vieja angustia,
Delante de los callejones
Bordados de ramas gentiles
Al rimar mis desolaciones
Bajo mis canas infantiles!
Oh, la sentimental pobreza
De los que ni una flor cortamos,
Porque fue hostil la maleza
Para la prisa que llevamos!
De los romeros taciturnos
Que fuimos desdeñando todo,
Llenos de los cielos nocturnos
Que mienten astros en el lodo!
Caminos tiene el alma!.. ¿Fuimos Quizás en busca de un
remedio...?
Siempre asolados nos rendimos Ante las llanuras del tedio...
Y después de soñar ilusos
Que el término no estaba lejos,
Nos despertamos muy confusos
Porque nos encontramos viejos.
Ah, quién mirara la dulzura
Del crepúsculo, adolescente,
O abriera a la mañana pura
Los ojos de un convaleciente!
Y la negra ramazón viva
De los árboles centenarios
Se inclinó, como pensativa
En mis recuerdos solitarios,
Con un son de manantial de agua
Que sigue goteando la pena
De la ilusión que arde en la fragua
De una tarde lenta y serena...
Autor: Humberto Fierro
BAJO LA TARDE
¡Oh! tarde dolorosa que con tu cielo de oro
finges las alegrías de un declinar de estío.
¡Tarde! Las hojas secas en su doliente coro
van llenando mi alma de un angustioso frío.
La risa de la fuente me parece ser lloro;
el aire perfumado tiene aliento de lirios;
añoranzas me llegan de unos viejos martirios
y a mi mente se asoman unos ojos que adoro...
Negros ojos que surgen como lagos de muerte
bajo la sombra trágica de un cabello obsidiano,
¿Por qué esa obstinación en dejar mi alma inerte,
turbando mis deliquios con su mirar lejano?
... Sigue fluyendo pena de la fuente sonora...
Ha llegado la noche... Pobre alma mía, ¡llora!
Autor: Arturo Borja
POR EL CAMINO DE LAS QUIMERAS
Para Carmen Rosa
Fundiendo el oro
de tu belleza con el tesoro
de mi tristeza,
fabricaré yo un cáliz de áurea realeza
en donde, juntos, exprimiremos
el ustorio racimo de los dolores,
en donde, juntos, abrevaremos
nuestros amores...
Será una copa sacra. Labios humanos
no mojarán en ella;
decorarán sus bordes lirios gemelos como tus manos
como tus labios habrá pétalos rojos,
y en su fondo un zafiro que fue una estrella
como tus Ojos. . .
El sortilegio
declinará. La magia de nuestro encanto
tendrá un veneno de sacrilegio;
la última gota
la absorberemos, locos, mezclada en llanto;
la copa rota,
se perderá, camino de las quimeras ...
Tú estarás medio muerta. Mi último beso
morirá en tus ojeras,
mi último beso
se alejará, camino de las quimeras...
Autor: Arturo Borja
EPÍSTOLA (LA FLAUTA DE ÓNIX)
Al señor don Ernesto de Noboa y Caamaño!
Límpido caballero de la más limpia hazaña
que en le Época de Oro fuera grande de España
y que en la inquietud loca de estos tiempos, huraño
tornóse, y en el campo cultiva su agrio esplín.
Hermano-poeta, esta vida de Quito,
estúpida y molesta, está hoy insoportable
con su militarismo idiota e inaguantable.
Figúrate que apenas da uno un paso, un “¡Alto!”
le sorprende y le llena de un torpe sobresalto
que viene a destruir un vuelo de Pegaso
que, como sabes, anda mal y de mal paso
cuando yo lo cabalgo, y que si alguna vez,
por influjo de alguna dama de blanca tez,
abre las alas líricas, le interrumpe el rumor
“municipal y espeso” de tanto guerreador.
Los militares son una sucia canalla
que vive sin honor y sin honor batalla.
Luego después las fieras de los acreedores
que andan por esas calles como estranguladores
envenenando nuestras vidas con malolientes
intrigas, jueces, leyes y miles de expedientes
y haciendo el cuotidiano horror más horroroso.
¿Qué fuera de nosotros sin la sed de lo hermoso
y lo bello y lo grande y lo noble? ¡Qué fuera
si no nos refugiáramos como en una barrera
inaccesible, en nuestras orgullosas capillas
hostiles a la sorda labor de las cuchillas!
Tú dijiste en momento de genial pesimismo:
“Vivir de lo pasado… oh sublime heroísmo!”
Autor: Arturo Borja
DE TI, EXACTA, LA CIFRA
De ti, exacta, la cifra
del principio y el término,
la plenitud del cero,
la frecuencia infinita.
La total armonía
de tu cuerpo en mi cuerpo,
tu sonido y tu tiempo
y tu peso de vida
Traspasada del nombre
ningún nombre te acoge
más, audible, inefable,
y la mano te sabe
por tu olor y tu porte
de dulcísimo alfanje
Autor: Francisco Granizo
EL OBJETO Y SU SOMBRA
Arquitectura fiel del mundo,
realidad, más cabal que el sueño.
La abstracción muere en un segundo:
sólo basta un fruncir del ceño.
Las cosas. O sea la vida.
Todo el universo es presencia.
La sombra al objeto adherida
¿acaso transforma su esencia?
Limpiad el mundo -ésta es la clave-
de fantasmas del pensamiento.
Que el ojo apareje su nave
para un nuevo descubrimiento.
Autor: Jorge Carrera Andrade
CANCIÓN DE LA MANZANA
Cielo de tarde en miniatura:
amarillo, verde, encarnado,
con lucero de azúcar
y nubecillas de raso,
manzana de seno duro
con nieves lentas para el tacto,
ríos dulces para el gusto,
cielos finos para el olfato.
Signo del conocimiento.
Portadora de un mensaje alto:
La Ley de la gravitación
o la del sexo enamorado.
Un recuerdo del paraíso
es la manzana en nuestras manos.
Cielo minúsculo: en su torno
un ángel de olor está volando.
Autor: Jorge Carrera Andrade
BIOGRAFÍA
La ventana nació de un deseo de cielo
y en la muralla negra se posó como un ángel.
Es amiga del hombre
y portera del aire.
Conversa con los charcos de la tierra,
con los espejos niños de las habitaciones
y con los tejados en huelga.
Desde su altura, las ventanas
orientan a las multitudes
con sus arengas diáfanas.
La ventana maestra
difunde sus luces en la noche.
Extrae la raíz cuadrada de un meteoro,
suma columnas de constelaciones.
La ventana es la borda del barco de la tierra;
la ciñe mansamente un oleaje de nubes.
El capitán Espíritu busca la isla de Dios
y los ojos se lavan en tormentas azules.
La ventana reparte entre todos los hombres
una cuarta de luz y un cubo de aire.
Ella es, arada de nubes,
la pequeña propiedad del cielo.
Autor: Jorge Carrera Andrade
EL SENTIR
Sonorizad eterna que en la quietud ambigua
nos da lo inexplicable de una emoción profana
y que, muy levemente, con la paz se amortigua
como en una siringa, una música hermana.
Y Pierrot comediante con la lágrima exigua,
como una evocación ingenua de la sana
risa que floreciera y que huyó con la antigua
comparsa de sonámbulos hacia tierra lontana…
Sentir… intensa sombra de cuerpos y de vidas
y la divina sangre de todas las heridas
que fluye eternamente como una Eucaristía
y cae sobre el ánfora de la sonora voz,
mientras la Buena Vieja ha segado con su hoz
rosas en el rosal de la Melancolía.
Autor: Gonzalo Escudero
LA PIEDRA
Duerme la piedra vieja en su gran misticismo;
y en su opaca sonrisa como un Poema oscuro…
Vive con al sonrisa de su eterno mutismo
en la calma olvidada de un hierático muro.
Sintió de algún Artífice sacerdote el lirismo…
y en la ciudad de Memphis rindió su cuerpo duro,
y con el musgo hermano, en supremo idealismo,
se unieron y formaron su Mito eterno y puro.
¡Renacerá de nuevo tu emoción, y el vestiglo
que ha dormido en tu seno un siglo y otro siglo,
surgirá de la sombra que su espíritu finge,
para sentir, en tanto, en relámpagos rojos,
vislumbrarán las huecas pupilas de los ojos
que duermen quietamente en la Encantada Esfinge.
Autor: Gonzalo Escudero
EL BRONCE
Bronce, tú repercutes la divina palabra
en la Comedia intensa del intenso sentir.
En el recinto oscuro de la estrofa macabra,
tu timbre interpretó el áureo revivir!
Sea así. Y la gran puerta del lírico Arte se abra
para todo el que sienta el dolor de existir;
mientras en la penumbra el Artífice labra
tu ser con la alegría del fresco presentir.
Bronce, tu nombre trae la actitud escultórica
de una eterna teoría que pasa; y en la dórica
plenitud de la línea y el contorno y la forma,
tu cuerpo halla el perfume del loco Praxiteles,
y entre el sonido claro de los claros cinceles,
surge la cabellera de una plástica Norma.
Autor: Gonzalo Escudero
Título: Dos viajes
Autor: Arturo Borja
Mes de alegría. Brisas de aromas
y melodías tuvo al llegar;
galas variadas las mariposas,
pureza el fuego, grandeza el mar;
y esas lágrimas
que no son tristes,
¡la mocedad!
Mes de tristeza. La calavera
tuvo el misterio en su mirar;
monotonía los arenales,
fin presto el humo, pena el llegar;
y esa sonrisa
que no es alegre,
¡la ancianidad!
Título: En el blanco cementerio (para Carmen Rosa)
Autor: Arturo Borja
En el blanco cementerio
fue la cita. Tú viniste
toda dulzura y misterio,
delicadamente triste…
Tu voz fina y temblorosa
se deshojó en el ambiente
como si fuera una rosa
que se muere lentamente…
Íbamos por la avenida
llena de cruces y flores
como sombras de ultravida
que renuevan sus amores.
Tus labios revoloteaban
como una mariposa,
y sus llamas inquietaban
mi delectación morosa.
Yo estaba loco, tú loca,
y sangraron de pasión
mi corazón y tu boca
roja, como un corazón.
La tarde iba ya cayendo;
tuviste miedo y llorando
yo te dije:– Estoy muriendo
porque tú me estás matando.
En el blanco cementerio
fue la cita. Tú te fuiste
dejándome en el misterio
como nadie, solo y triste.
Título: Para mi tu recuero
Autor: Arturo Borja
Para mí tu recuerdo es hoy como la sombra
del fantasma a quien dimos el nombre de adorada…
Yo fui bueno contigo, tu desdén no me asombra,
pues no me debes nada, ni te reprocho nada.
Yo fui bueno contigo como una flor. Un día
del jardín en que solo soñaba me arrancaste;
te di todo el perfume de mi melancolía,
y como quien no hiciera ningún mal me dejaste…
No te reprocho nada, o a lo más mi tristeza,
esta tristeza enorme que me quita la vida,
que me asemeja a un pobre moribundo que reza
a la Virgen pidiéndole que le cure la herida.
Título: Visión Lejana (dedicado a Ernesto Noboa Caamaño)
Autor: Arturo Borja
¿Qué habrá sido de aquella morenita,
trigo tostado al sol -que una mañana
me sorprendió mirando a su ventana?
Tal vez murió, pero en mí resucita.
Tiene en mi alma un recuerdo de hermana
muerta. Su luz es de paz infinita.
Yo la llamo tenaz en mi maldita
cárcel de eterna desventura arcana.
Y es su reflejo indeciso en mi vida
una lustral ablución de jazmines
que abre una dulce y suavísima herida.
¡Cómo volverla a ver! ¿En qué jardines
emergerá su pálida figura?
¡Oh, amor eterno el que un instante dura!
Título: A Carmen
Autor: Dolores Veintimilla de Galindo
(Remitiéndole un jazmín del Cabo)
Menos bella que tú, Carmela mía,
vaya esa flor a ornar tu cabellera;
yo misma la he cogido en la pradera
y cariñosa mi alma te la envía
cuando seca y marchita caiga un día
no la arrojes, por Dios, a la ribera;
guárdala cual memoria lisonjera
de la dulce amistad que nos unía.
Título: A un reloj
Autor: Dolores Veintimilla de Galindo
Con tu acompasado son
Marcando vas inclemente
De mi pobre corazón
La violenta pulsación....
Dichosa quien no te siente!
Funesto, funesto bien
Haces reloj....La venida
Marcas del ser a la vida,
Y así impasible también
La hora de la partida.
Título: Anhelo
Autor: Dolores Veintimilla de Galindo
¡Oh! ¿Dónde está ese mundo que soñé
allá en los años de mi edad primera?
¿Dónde ese mundo que en mi mente orlé
de blancas flores…? Todo fue quimera!
Hoy de mí misma nada me ha quedado,
pasaron ya mis horas de ventura,
y sólo tengo un corazón llagado
y un alma ahogada en llanto y amargura.
¿Por qué tan pronto la ilusión pasé?
¿Por qué en quebranto se trocó mi risa
y mi sueño fugaz se disipó
cual leve nube al soplo de la brisa…?
Vuelve a mis ojos óptica ilusión,
vuelve, esperanza, a amenizar mi vida,
vuelve, amistad, sublime inspiración…
yo quiero dicha aun cuando sea mentida.
Título: Aquel amor lejano
Autor: Ernesto Noboa y Caamaño
Ibas sobre la nave como una
sentimental princesa desterrada
que lamentase, triste y olvidada,
la volubilidad de la fortuna.
Con nostalgia de amor en la mirada
y palores cromáticos de luna,
pasabas largas horas en alguna
divagación romántica y alada.
Y a la luz del crepúsculo en derrota,
evocabas quizá la primavera
de nuestro amor ¡tan dulce y tan remota!
Y tu recuerdo ¡oh pálida viajera!
Se perdió, con la última gaviota
que llegó sollozando a mi ribera.
Título: El fauno
Autor: Humberto Fierro
Canta el jilguero. Pasó la racha.
Entre los mirtos resuena el hacha.
La rosa mustia se inclina loca
Sobre su fuente, cristal de roca.
El fauno triste de alma rubia
Tiene en sus ojos gotas de lluvia.
Título: Tu cabellera
Autor: Humberto Fierro
Tu cabellera tiene más años que mi pena,
¡Pero sus ondas negras aún no han hecho espuma!
Y tu mirada es buena para quitar la bruma
Y tu palabra es música que el corazón serena.
Tu mano fina y larga de Belkis, me enajena
Como un libro de versos de una elegancia suma;
La magia de tu nombre como una flor perfuma
Y tu brazo es un brazo de lira o de sirena.
Tienes una apacible blancura de camelia,
Ese color tan tuyo que me recuerda a Ofelia
La princesa romántica en el poema inglés;
¡Y un corazón del oro... de la melancolía!
La mano del bohemio permite, amiga mía,
Que arroje algunas flores humildes a tus pies.
Título: Pantomima
Autor: Humberto Fierro
Los pobres t.ontos y Colombina
Que le afligieron el corazón,
Le ven trinando su mandolina
En el Trianón.
Pierrot, que tuvo la distinción
De que le arruine la poesía
Y que una tarde quedó a la luna,
Es hoy el príncipe de la Ilusión
Y va en el cano de la Fortuna
Con sus lacayos y su blasón.
Y así le miran los denigrantes
De su preciosa filosofía,
Con las camelias y los diamantes
De la Princesa Melancolía.
Título: Emoción Vesperal
Autor: Ernesto Noboa y Caamaño
Hay tardes en las que uno desearía
embarcarse y partir sin rumbo cierto,
y, silenciosamente, de algún puerto,
irse alejando mientras muere el día;
Emprender una larga travesía
y perderse después en un desierto
y misterioso mar, no descubierto
por ningún navegante todavía.
Aunque uno sepa que hasta los remotos
confines de los piélagos ignotos
le seguirá el cortejo de sus penas,
Y que, al desvanecerse el espejismo,
desde las glaucas ondas del abismo
le tentarán las últimas sirenas.
Título: Al General Lamar
Autor: José Joaquín de Olmedo
No fue tu gloria el combatir valiente,
ni el derrotar las huestes castellanas;
otros también con lanzas inhumanas
anegaron en sangre el continente.
Gloria fue tuya el levantar la frente
en el solio sin crimen, las peruanas
leyes santificar, y en las lejanas
playas morir proscrito e inocente.
Surjan del sucio polvo héroes de un día,
y tiemble el mundo a sus feroces hechos:
pasará al fin su horrenda nombradía.
A la tuya los siglos son estrechos,
Lamar, porque el poder que te dio el cielo
sólo sirvió a la tierra de consuelo.
Título: Décimas
Autor: José Joaquín de Olmedo
Para templar el calor
de la estación y la edad,
me abandonas sin piedad,
mi hechizo, mi único amor.
Te engañas, porque el ardor
de un alma fina y constante,
si está de su bien distante,
crece en el agua, en la nieve,
y sólo templarse debe
en el seno de un amante.
Ven, pues, dulce amiga, luego,
que tú eres la sola fuente
que puede mi sed ardiente
saciar, y templar mi fuego.
En vano buscaré ciego
más gracia, más perfección,
otro afecto, otra pasión,
porque tus ojos divinos
solos saben los caminos
que van a mi corazón.
Título: Las alas rotas - Suspiria de profundis, 1917
Autor: Medardo Ángel Silva
En continuas orgías cuerpos y almas servimos
a los siete lobeznos de los siete pecados:
la vid de la Locura de sus negros racimos
exprimió en nuestras bocas los vinos condenados.
Pálidas majestades sombrías y ojerosas,
lánguidos oficiantes de pintadas mejillas
se vieron coronados de nuestras frescas rosas
y en la Misa del Mal doblamos las rodillas...
Y acabado el festín -al ensayar el vuelo
hacia el puro Ideal- como heridas gaviotas
las almas descendieron al putrefacto suelo,
asfixiadas de luz con las alas rotas!
Título: Ofrenda a la Muerte
Autor: Medardo Angel Silva
Muda nodriza, llave de nuestros cautiverios,
Oh, tú que a nuestro lado vas con paso de sombra,
¡Emperatriz maldita de los negros imperios,
¿cuál es la talismánica palabra que te nombra?
Puerta sellada, muro donde expiran sin eco
De la humillada tribu las interrogaciones,
Así como no turba la tos del pecho hueco
La perenne armonía de las constelaciones…
Yo cantaré en mis Odas tu rostro de mentira,
Tu cuerpo melodioso como un brazo de lira,
Tus plantas que han hollado Erebos y Letheos.
Y la serena gracia de tu mirar florido
Que ahoga nuestras almas, exentas de deseos,
En un mar de silencio, de quietud y de olvido.
Título: Ojos africanos 1914
Autor: Medardo Angel Silva
Ayer miré unos ojos africanos
en una linda empleada de una tienda
Eran ojos de noche y de leyenda
eran ojos de trágicos arcanos...
Eran ojos tan negros, tan gitanos,
vagabundos y enfermos, ojos serios
que encierran cierto encanto de misterios
y cierta caridad con los hermanos...
Ayer miré unos ojos de leyenda
en una linda empleada de una tienda
ojos de huríes, débiles, huraños.
Quiero que me devuelva la mirada
que tiene su pupila apasionada
con el lazo sutil de sus pestañas.
Título: Se va con algo mío
Autor: Medardo Ángel Silva
Se va con algo mío la tarde que se aleja;
mi dolor de vivir es un dolor de amar;
y al son de la garúa, en la antigua calleja,
me invade un infinito deseo de llorar.
Que son cosas de niño, me dices; quién me diera
tener una perenne inconsciencia infantil;
ser del reino del día y de la primavera,
del ruiseñor que canta y del alba de abril.
¡Ah, ser pueril, ser puro, ser canoro, ser suave; -
trino, perfume o canto, crepúsculo o aurora-
como la flor que aroma la vida y no lo sabe,
como el astro que alumbra las noches y lo ignora!
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