EL AÑO VIEJO
Hace muchísimos años, cuando no había el servicio de alumbrado publico y peor el domiciliario, en una noche de luna resplandeciente, casi redonda y muy grande, víspera de la luna llena, que coincidió con el último día del año; como de costumbre, una de las familias más importantes de la comarca andina se reunió para amenizar la noche: contar cuentos, los chismes más sobresalientes de los vecinos y de familiares. En esa noche, no hizo falta encender el candil ya que la luz de la luna era suficiente. Por supuesto que el ambiente estuvo helado y los miembros de la familia se sentaron en el corredor muy pegaditos y abrigados con ponchos los hombres y chalinas las mujeres. Hubo de todo: cuentos miedosos que provocaron tensiones especialmente en los niños, risas y carcajadas en los adultos debido a uno que otro chiste contado al azar; murmuraciones a las vecinas solteras que les vieron salir a escondidas a verse con los enamorados; descrédito a la Mariquita que había enviudado prematuramente y que ha cambiado antes de cumplir el año su vestido negro por un rojo de burato con vuelos blancos y las coqueterías sobre todo con los mercaderes que de vez en cuando deambulaban ofreciendo algunos objetos para uso casero.
En ese contexto nada serio, de pronto Juan Francisco, el tío solterón de la familia irrumpió para murmurar a cerca de la finalización del año: Ya se acaba el año, un año menos de vida, cada vez nos ponemos más viejos, las solteras se quedan en la percha, como pasa el tiempo y ahora parece que es más de prisa…… Estos comentarios conmovieron enormemente a los presentes, especialmente a los adultos que, iban entrando en una situación de seria reflexión que contagió a los más pequeñines que quedaron confusos y sin respuestas halagadoras.
Aparentemente, habían pasado de prisa las horas de aquella noche tan amena, que de pronto el primer cántico del gallo anunciaba las once de la noche y en ese momento surgió la idea de invitar a los vecinos y a más parientes a una reunión para programar la despedida del año. Con esta idea se fueron a dormir con la tarea de pensar que hacer para aquella celebración tan importante y que sería por la primera vez.
En la mañana siguiente, con ocasión del desayuno, el tío Pacho / como se lo conocía/ tomo la iniciativa para proponer que: sería bueno limpiar toda la casa, el patio e incluso el camino del frente de la casita en la que vivían, poner música a alto volumen con la victrola que se accionaba con manivela para que de un ambiente de fiesta y luego ir a invitar a los vecinos para conversar a cerca de ella, en la que participarían todos y todas.
A eso de las diez de la mañana reunidos los vecinos en el patio de la casa de los organizadores, resolvieron construir un monigote que sería embutido en unas ropas viejas con aserrín extraído de la madera que habían aserrado. Los adolescentes que eran más pilas que los demás, a escondidas acudieron al baúl del tío Pacho para robarle su único terno de casimir que tenía guardado para las fiestas y los días domingos. Una vez que lograron el terno, lo vistieron al muñeco y como estuvo muy parecido al tío Pacho decidieron hacerle una careta lo más semejante al personaje que representaría al año viejo que lo hicieron sentar en una silla y lo adornaron con arcos de ramas y enredaderas floridas. Lo pusieron un letrero que decía: CON UNSION DESPIDAMOS A LO MALO DE ESTE AÑO PARA EMPEZAR UNA NUEVA VIDA. El tío Pacho al caer en cuenta de que le estaban tomando el pelo, desapareció por encanto y tomó la iniciativa de elaborar el testamento, para sacarse el clavo / SEGÚN EL/; mientras que sus sobrinos queridos planificaban los disfraces de viudas para completar el cuadro. Para ello igualmente a escondidas de las solteras de la familia se sustrajeron los mejores vestidos, las chalinas y una que otra cartera. No lograron ponerse los zapatos de taco, ya que estos se hundían en el suelo húmedo.
Los vecinos y las vecinas del lugar luego de cumplir con las tareas encomendadas, a medio día se retiraron a sus casas para almorzar, cumplir con algunas actividades pendientes propias del lugar, bañarse, cambiarse de ropa y prepararse para la fiesta, en la que por primera vez estarían reunidos sin discriminación alguna.
Habían pasado las horas de prisa en aquel ambiente de fiesta de la vecindad. Cuando el sol estaba para esconderse en el horizonte, empezaron a llegar, primero los jóvenes del vecindario, luego las chicas bien vestidas y pintarrajeadas, con los mejores perfumes y escondiendo entre las chalinas los rostros cargados de picardía. Luego se integraron los adultos de toda la comarca y finalmente las amas de casa que tenían que dejar en regla sus cocinas. Los guambras, mujeres y varones casi permanecieron todo el día, ni sintieron el hambre en medio de la algarabía y de la expectativa de que iba a pasar en aquella noche memorable.
Fregándose las manos en señal de alegría asomó por la esquina del patio el tío Pacho y en su bolsillo de la camisa blanca, la única que tenía, traía unos papeles escritos y muy bien doblados, era el testamento que tanto trabajo le había costado, a nadie le dejó sin la respectiva herencia, de acuerdo a sus gustos, preferencias y circunstancia de la vida.
Al encontrarse con su mejor amigo que era desde la infancia, le confesó que ya había elaborado el testamento y le fue leyendo con el propósito de encontrar sugerencias y cambios. Los dos amigos leyeron y releyeron el testamento e iban corrigiendo y completando lo que faltaba.
A medida que llegaba la media noche, la luna ya había recorrido la mitad del cielo y resplandeciente alumbraba el ambiente fiestero; a voz en cuello, el tío Pacho anunció que faltaban unos pocos minutos para que sea la hora cero, es decir, el fin del año y que convendría parar la música y el baile para escuchar el testamento. Todos se quedaron en silencio y curiosos por saber que les tocaría a cada uno. Subiéndose a una silla para que le vieran, casi gritando leyó: Hijitos míos, hombres y mujeres; nietitos adorables; parientes cercanos y lejanos . . . . . todos y todas presentes aquí en esta mi última morada y de una agonía muy intensa; en que me ha tocado estirar la pata y quedar boca arriba, que me vistan de fiesta y me metan en la caja; me encierren en la tumba oscura y muy helada; y, de mi se acuerden el año venidero, les quiero expresar mi voluntad serena y encargarles para rígida obediencia el cumplimiento estricto de niños buenos. En este instante de despedida y que nadie se salva de ella, les quiero recordar con vehemencia y destello, el valor que tiene la vida y la transcendencia de ella; que nadie que nació se quede sin disfrutarla, porque no hay otra mas bella…… A mi hijo, José María, el más viejo de todos, le dejo el bastón de mando, para que con su ejemplo de buen garañón, cuide y proteja a las desamparadas mujeres y en sus momentos del tiempo libre haga cumplir a raja tabla las normas de esta gran comarca. Al Pedro que vive el rincón mas lejano, cerca de la jungla espesa, le dejo este inmenso horizonte para que cuide con afán y evite que nadie destruya el ecosistema que esta lleno de vida y su entorno esta en peligro. Al Juan José, rubio de nacimiento y ennegrecido por el frío y el viento, le dejo el cacho del buey arisco, para que sople a todo pulmón desde la cima, convocando al vecindario para aplicar la justicia por propia mano a los cuatreros que por aquí merodean. Al Martin de la esquina oscura, le dejo el guagrapinga de cuero de vaca madura, para que castigue con bravura a todos los guaynanderos que andan sueltos haciendo de las suyas y llenando a las mujeres de guaguas. Al Manuel, el carpintero, le dejo un hacha muy fila, para que con destreza fina, labre bigas y pilares para construir casas finas. Al Agustín de tinte fino, le dejo su telar y muchas ovejas cargadas de lana fina, para que cubra con unción los cuerpos de las damas con pañolones y muchas chalinas. A mi lánguido Rufino, le dejo las tijeras y la barbera, para que siga cumpliendo con afán y muy ligero siga dando cada semana al vecindario, chismes mas calientes y amenos. Al Andrés, al más hablador de la comarca, le dejo una yunta de flacos bueyes y el arado, para que nunca el bastimento falte. Al tímido Matías, que vive junto a su adorada tía, le dejo una alforja llena de amorfinos, para que en los carnavales recorra con sus amigos entonando y cantando coplas a sus vecinas y vecinos. Al Carlos, al más entonado de todos, le dejo el recetario de amantes, para que acuda diligente con sus sabios consejos antes de que las parejas presurosas metan las patas y al abismo se lancen juntas. Al Miguel, al más expedito, de lengua larga y que es un buen quishca, le dejo el libro grande de las leyes, para que en el consulte cada caso y dé el respectivo castigo, añadiendo sus consejos de gran amigo. Al Estuardo, que de flaco, casi no se le ve cuando esta en la cancha, le dejo una docena de balones untados con cebo de vaca para que convoque a la juventud al juego y de los vicios les saque. Al Milquisidé, de espalda ancha, que por su devoción al trabajo, es ejemplo en la barriada, le dejo su aguda garganta, para que con voz de autoridad serena, ayude a todas las familias a transmitir las buenas costumbres y los buenos modales. A todos mis hijos queridos, sin discriminación alguna, les dejo el consejo oportuno de permanecer unidos siempre y que a ninguno les falte el saludo, el aire, el agua y la papa; que gocen de la maravilla de la vida, que cuiden a la naturaleza toda y que luchen siempre por la libertad que es el don mas sagrado de la vida. Que no se escondan tras las sobras de la noche, que hagan las cosas con limpieza de corazón, pensando en que todos somos hermanos.
En mis minutos que quedan, no quiero olvidarme de mis hijas mimadas; a ellas que son la esencia de la belleza, manantial de superiores sentimientos, expresión diamantina de sutileza; con devoción, admiración y delicadeza, les encargo de por vida la buena crianza y la formación armónica de generaciones sabias, con alma de seres libres y no de esclavos. A la Juanita, con alma sencilla y buena, partera de nacimiento y comadrona por herencia, le dejo una inmensa planada de hierbas buenas y plantas curativas, para que aliviar el dolor con amor y sabiduría en los partos pueda. A la María, de trenzas largas y gruesas, que a pesar de su joroba, sus años no le pesan, le dejo el libro de la sabiduría, para que con su testimonio de vida ofrezca, los mejores consejos de ejemplar madre, esposa y hermana a la vez. A la Margarita, de cuerpo esbelto le dejo toda la alegría y la firmeza para que sigua haciendo de la juventud una generación con sabiduría, alegre y competitiva. A la Luz Angélica le dejo, mi única maquina de coser y de aguja fina, para que siempre les tenga, a la moda, bien vestidas y luzcan en las fiestas andinas. A la bella Inés, que toda una mujer es, le dejo el encargo de seguir, con ahínco catequizando para la libertad a toda la niñez. A la Amadita, que es toda una damita, por encargo de vida le pido que sigua siendo consejera de todos y todas las ovejas descarriadas. A todas las niñas buenas, sin discriminación alguna, de tarea les dejo que cuiden la cultura de mi pueblo, y que se miren en ese gran espejo. A los niños traviesos les pido, que obedezcan a los mayores, que es el único legado que les queda. A toditos los nietos adorables, en esta noche de mil última morada, les encargo de por vida a la madre naturaleza, que la cuiden y la defiendan, ya que es la única madre generosa y buena, generadora de vida entera, pero frágil como ninguna. Al despedirme de toditos, les comparto mi regocijo: que sigan alegres y unidos, que celebren mi despedida y empiecen una nueva vida cargada de muchos bríos. Que juntos busquen ardientemente la felicidad en cada instante; y que por sobre todas las cosas antepongan la justicia, como seres con inteligencia. Que siempre estén presentes, en todos los actos de sus vidas el amor al prójimo como Doctrina.
Así expiró el año viejo cuando el reloj del tío Pacho marcaba las doce la noche y en ese momento todos se abrazaron de gozo. Ninguno se quedó sin dar ni recibir su feliz año nuevo. Muchos lloraron de emoción infinita, algunos se quedaron atónitos por tan gran acontecimiento, hasta que únicamente quedaron las cenizas y el recuerdo del año que se fue y que de ningún modo retrocederá.
Anónimo
EL CUENTO DEL COLIBRI UNA FÁBULA GUARANÍ (ECUATORIANA)
Cuentan los guaraníes que un día hubo un enorme incendio en la selva.
Todos los animales huían despavoridos, pues era un fuego terrible.
De pronto, el jaguar vio pasar sobre su cabeza al colibrí… en dirección contraria, es decir, hacia el fuego.
Le extrañó sobremanera, pero no quiso detenerse.
Al instante, lo vio pasar de nuevo, esta vez en su misma dirección.
Pudo observar este ir y venir repetidas veces, hasta que decidió preguntar al pajarillo, pues le parecía un comportamiento harto estrafalario:
¿Qué haces colibrí?, le preguntó.
Voy al lago -respondió el ave- tomo agua con el pico y la echo en el fuego para apagar el incendio.
El jaguar se sonrió.
¿Estás loco?- le dijo. ¿Crees que vas a conseguir apagar lo con tu pequeño pico tú solo?
Bueno- respondió, el colibrí- yo hago mi parte…
Y tras decir esto, se marchó a por más agua al lago.
Descubierta gracias a mi novia, que es una de las colaboradoras de “Juventudes de Ecuador Madrid”
JUVECU (Red Juventudes de Ecuador-Madrid)
LA LORA PATOJA
No hace mucho tiempo, quizá un medio siglo atrás, en las estribaciones de los andes, en uno de los pocos rincones selváticos que quedan entre el yunga y la sierra, muy cerca de una quebrada profunda y de suelo casi inaccesible para los humanos; en donde aun quedan pocos árboles milenarios, muchísimos chaparros, unas cuantas palmeras de tambán ( palma de seda) de alrededor de unos treinta metros de altura, o quizás mas; en donde se escucha el canto de los carpinteros cuando empieza a llover y el sonido ensordecedor de sus picos clavando en los troncos de los arboles para hacer huecos para establecer sus viviendas; en donde hay todavía agua fresca y pura para beber; en donde retozan sin descanso las traviesas ardillas confundidas con uno que otro chucuri que corre tras una presa asustadiza; en donde habitan los ratones colorados de monte alimentándose de las semillas que brotan de las generosas plantas; en donde aun quedan algunas familias de zorrillos que esperan las sombras de las noches para salir en busca de gusanos y mas lavas para alimentarse; en donde hay muchos cocuyos que alumbran las noches oscuras del invierno y del verano; en donde se escuchan verdaderas sinfonías de cigarras y de grillos; en donde los sapos y las ranas conviven como una verdadera familia; en donde uno que otro venado se queda enredado en sus cuernos en los bejucos rastreros; en donde no llega el olor nauseabundo de los basurales de los pueblos y de las ciudades. En una palmera, la más alta de todas, en uno de los huecos cavados y abandonado por los carpinteros, nacimos dos hermanos. Cuando pichones, muy feos, sin plumas que nos cobijaran, indefensos y frágiles como todos los seres en sus primeros días de vida. Nuestros padres, con sus fuertes garridos, anunciaban su llegada trayéndonos la comida recogida de los arboles generosos y de vez en cuando unos cuantos granos de maíz tierno recogido en las sementeras de los aldeanos. De vez en cuando escuchábamos el sonido de hachas y machetes que los labriegos usaban para hacer leña o llevarse uno que otro árbol para la construcción de sus casas.
En las alturas, en nuestra infancia, aprendimos a escondernos de los guarros hambrientos que siempre estaban volando cerca en busca de carne fresca para alimentarse o para llevar a sus polluelos. Cuando ya jovencitos, casi emplumados, vestidos de verde y rojo, con rezagos de unas lanas blancas que nos cobijaban para darnos el calor necesario, en el filo del hueco donde nacimos y nos criamos, empezábamos a ejercitar el vuelo, a fortalecer la musculatura, al mismo tiempo que ensayábamos nuestro garrir que era y es un verdadero cántico a la vida y a la libertad.
Por descuido, por pereza o por falta de destreza, en uno de los vuelos que hacíamos de rutina, fui a parar en el chaquiñán, por donde pasaban los labriegos a realizar sus trabajos en la chacras. Por coincidencia, fue en el momento preciso en que uno de ellos pasaba por allí y pudo ser testigo de mi aterrizaje de buche que me dejó casi sin aliento y sin posibilidades de escurrirme para esconderme entre la espesura de la vegetación. El afortunado labriego inmediatamente reaccionó, se cubrió su mano y su brazo con un saquillo que llevaba y protegiéndose, me atrapó para meterme en el mismo saquillo y llevarme a su casa, que será mi morada, no se hasta cuando.
Desde la tranca, es decir, desde hace muchos metros de distancia a su casa, pegó el grito llamando a su esposa, para darle la noticia y que tenía sabor a sorpresa, porque le preguntaba: adivina que traigo en este saquillo? . . .. . La mujer que se motivó, empezó a dar mil respuestas, sin acertar. . . . En ese momento el labriego me aplastó y emití un fuerte garrido que me delaté. La mujer muy emocionada gritó a todo pulmón una lora. . . una lora patoja . . . de inmediato dijo: hay que cortarle las guías para que no pueda volar y se escape. Inmediatamente llamó a su hijo Juanito, pidiéndole que trajera la tijera para cortarme las alas. El niño corrió lo más que pudo motivado por la curiosidad de conocerme y de acariciarme. El no sabía que podría hacerle daño con mi afilado pico de color, por lo que sus padres le previnieron y escondiendo sus delicadas manos se acercó para por lo menos verme de cerca. El preguntó como me llamaba y la respuesta inmediata fue, una lora . . . una lora patoja y el niño seguía preguntando y por qué y por qué . . . . .
En el corredor de su casa, entre dos pilares amarraron un palo no muy grueso, calculando que podía caminar sobre él, me cortaron las guías y allí me pusieron. Yo estuve asustada, no sabía como reaccionar, varios días no comí, en un rincón del palo permanecía acurrucada como si tuviera tanto frio, muy raras veces abría los ojos; hasta que, acepté la realidad de mi reclusión ilegal, sin tener lugar a defensa alguna. Pasaron varios días y varias noches de tristeza y de nostalgia hasta que empecé a dar fuertes gritos llamando a mi hermano y a mis padres para que vinieran en mi auxilio, mas todo fue inútil, nadie vino a mi rescate. Las penas se hicieron carne de mi carne, sangre de mi sangre, hasta que entendí que la vida tenía un valor muy grande y que a pesar de la soledad había que vivirla y con mucha intensidad.
Cada vez que me ponían la comida, me decían: lora patoja, tienes que aprender a hablar, tienes que aprender a silbar, y me enseñaban unas cuantas palabras, algunas empezaban con la P y otras con la Ch. Oyendo como ladraba el perro, aprendí a remedarlo; esto causó un logro de felicidad para mis amos. En las madrugadas y en los atardeceres no dejé de garrir para no olvidarme y cuando pasaban algunas bandadas de loros por el aire, yo corría y corría por el palo que tenía en mis patas, queriéndoles alcanzar, mas todo era en vano ellos volaban muy de prisa que nunca me escucharon los gritos que yo emitía en señal de auxilio.
En este hábitat, tan distinto al mío, transcurría el tiempo. Todas las noches, cuando eran las once, empezaban a cantar los gallos, principiaba uno y seguían los demás, se calmaban hasta cuando era la media noche, igualmente paraban un tiempo y luego cuando era la una de la madrugada, empezaban de nuevo su letanía, que felizmente era corta. Otra vez a las dos de la mañana y así cada hora hasta que llegaban a las cinco, en que sus cánticos eran mas seguidos. Era la hora en que los labriegos dejaban el calor de sus camas para iniciar sus labores cotidianas; acto seguido empezaba el cacareo de las gallinas exigiendo su desayuno acostumbrado y la aurora anunciaba la presencia de los rayos solares que tanto nos hacían falta para abrigarnos; Las vacas empezaban a mugir llamando a sus tiernos hijos y a las ordeñadoras; por su parte los chanchos emitían fuertes gruñidos para que les atendieran con sus desayunos favoritos; no faltaban el graznido y el relincho de los burros y los caballos que también exigían la atención inmediata para que les liberaran de las estacas y les llevaran en búsqueda de pasto tierno; por su parte los perros hambrientos y superando el frio del amanecer salían en estampidas al camino a ladrar a los caminantes que presurosos se dirigían a sus labores habituales; los borregos, balaban y balaban sin descanso hasta que fueran atendidos en sus exigencias; era todo un bullicio, tan diferente al amanecer de mi selva encantadora.
En este nuevo ambiente conocí a los gorriones con sus delicados gorjeos, a las indefensas tórtolas que siempre eran atrapadas por el mayor de los depredadores, el gato que permanecía agazapado esperando la llegada de indefensos seres, no se salvaban ni insectos ni reptiles, todo cuanto se movía eran devorados. También le conocí el mirlo parlanchín, que junto a los gallos cantarines anunciaba la llegada de la nueva aurora. A los abusivos guiracchuros que en bandadas llegaban a los soberados a comerse especialmente el maíz que guardaban los campesinos para su sustento. A los chirotes con pecho rojo que hacían un alboroto cuando les pescaban sacando las semillas de la tierra para comerse. A las raposas que llevaban a sus crías en una bolsa en la barriga y se alimentaban de los huevos de las gallinas cuando no encontraban frutas de chamburos y babacos. A muy pocos picaflores que revoloteaban tomando el néctar de flor en flor. A los niños traviesos que con sus flechas ahuyentaban a los indefensos pájaros que se posaban en las ramas buscando insectos para comer. Conocí, lo diferente; lo agradable y lo desagradable, lo bueno y lo feo; pero ante todo a muchos seres vivientes con diferentes formas y maneras de vida, con sus limitaciones y sus libertades; pero por sobre todo, con una fortaleza indestructible de defensa de su existencia.
Anónimo
TAITA CARNAVAL
En una pequeña y acogedora población de los andes ecuatorianos, enclavada entre cerros y quebradas, muy cercana a la ciudad de Guaranda, nació y creció un apuesto joven, bajo la tutela de una familia distinguida, muy conservadora, pero responsable en su trabajo diario de hortelanos. Por ventura había cursado el segundo año de la primaria en la Escuela del lugar; en aquella época era más que suficiente como para cumplir cualquier actividad enmarcada en los derechos ciudadanos. Cuando cumplió los veinte, por voluntad propia fue al cuartel militar a cumplir con su obligación, vivencia que le sirvió para templar su carácter, aprender un oficio y abrir horizontes para su existencia. De regreso del cuartel, fue muy cotizado por las solteras de su terruño. Con sus amigos que tenían la misma edad organizaban y salían a dar serenatas en altas horas de la madrugada. No importaban las distancias que tenían que recorrer, ni el frio o la lluvia que soportar; lo importante era cumplir con el objetivo: pasar bien. Muchas de las veces les fue muy mal: los taitas de las chiquillas no les abrían las puertas, como era la costumbre en la comarca; algunas veces fueron echados con perros bravos; otras, bañados con orinas que las madres recogían en bacinillas a propósito. Cuando estaban con mucha suerte, amanecían bailando con las muchachas de la casa y bebiendo con el padre de ellas algunas botellas de mistela o aguardiente de contrabando, cuyo licor era muy apreciado porque no provocaba estragos en el chuchaque.
Para salir de serenatas había que saber tocar algún instrumento musical y en esa época era la guitarra que se había puesto de moda, pero era difícil rasgarla para acompañar a los cantos que se entonaban en aquel período y en tan especial ocasión. Todas las tardes religiosamente se reunían en el corredor de su casa para aprender a tocar la guitarra y cuando alguien ya aprendía, lo festejaban con unas copitas que solamente les servían para calentar el cuerpo o afinar la garganta.
En sus primeros años mozos le fue muy bien. Con ocasión de sus trasnoches, sus serenos, sus dones de buena gente, de muy buen conversador, con su buen humor de joven muy bien parecido, consiguió muchas amistades y algunos compromisos amorosos. Pero al momento en que las muchachas y sus padres se dieron cuenta de que se estaba pasando de listo, le cerraron todas las puertas y las posibilidades del disfrute de las serenatas con sus respectivas algarabías del baile y el cortejo acostumbrado. Quedó muy lejos la acostumbrada buena voluntad de las amas de casa, de brindarle un café bien cargado endulzado con panela y acompañado con unas deliciosas tortillas de harina de maíz tostadas en tiesto de barro y con abundante queso. Así de sencillo, se acabo la buena vida.
Y Cuando se estuvo quedando solterón, se detuvo para reflexionar y buscar una modalidad para reconquistar a sus amistades y a sus viejos amores y así superar de alguna manera su soledad.
Así empezó a hacer volar a su imaginación. . . . . . .Había que crear un motivo o una ocasión para visitar a los familiares, a los vecinos, a los compadres, a los conocidos y hasta a los desconocidos. Así es como empezó a barajar diversos pretextos y le pareció el mejor, el de recorrer los senderos tantas veces caminados, los chaquiñanes lodosos y resbaladizos entonando coplas nacidas de su propia inspiración que describían la vivencia, la soledad, la inocencia, la picardía, las esperanzas y desesperanzas, los dichos populares llenos de sabiduría.
Es así como empezó a ensayar uno que otro verso con rima, con contenidos extraídos del contexto de su mundo conflictivo. Estas coplas serian cantadas con ocasión del Carnaval, que coincidía con la temporada de las deshierbas del maíz y que para ello las familias se preparaban con la debida anticipación, ya que había que preparar los siete platos para dar de comer a los peones en señal de agradecimiento a la madre tierra y con la fiel convicción de que las cosechas serán abundantes. En ninguna casa faltaban la fritada de chancho y el mote pelado, el cuy con papas enteras, el caldo de gallina, la conserva de calabaza y el barril de chicha de jora y por supuesto los chigüiles envueltos en hojas de maíz.
Con sus amigos de mayor confianza que tenían la costumbre de reunirse todas las tardes para tocar la guitarra, ensayaron algunas coplas que servirán de muestra para ir creando y cantando de acuerdo a la ocasión. Como tenían que acompañar con la guitarra ensayaron varias combinaciones de notas musicales, hasta que les parecieron las más adecuadas, en su orden: MI menor, Do, MI menor y LA menor. La primera nota serviría para el espacio entre uno y otro verso o copla del carnaval.
La tarde y la noche del Viernes decidieron iniciar la aventura y para ello primero se dedicaron a repasar las primeras coplas que habían compuesto: A la voz del Carnaval todo el mundo se levanta; aun mas oyendo la voz, del quien suspirando canta. Que bonito es carnaval. Esta copla que se convertiría en la introducción antes de cualquier otra.
Así decidieron comprar algunas botellas de aguardiente de contrabando, algunas cajetillas de cigarrillos de marca dorado para envolver. A alguien se le ocurrió blanquearse la cara con talco para perder la vergüenza. Con dos guitarras y un tambor viejo que había encontrado en el soberado de su casa, iniciaron el ensayo y que les serviría para ir entrando en calor mientras iban planificando las visitas a las diferentes familias de la calle principal que terminaba en una quebrada que era muy conocida por el terror que causaba en altas horas de la noche; pues, se creía que de allí salía el duende para deambular la noche entera.
Cuando llegaron a la primera casa, luego de la primera copla cantaron: Pasando, pasando estoy, pasando por mí camino; Y las puertas me han de abrir, si me muestran cariño. Que bonito es carnaval. Pero como no tuvieron respuesta positiva continuaron caminando, sin antes manifestar su descontento: El cielo esta estrellado y la noche muy helada. Quédate no mas echada, como una burra preñada. Que bonito es carnaval.
Al acercarse a la siguiente casa, luego de entonar las dos primeras coplas, y al recordar a su primer amor, ensayaron la siguiente: Las estrellas en el cielo, caminan de dos en dos; Así caminan mis ojos, negrita por verte a voz. Que bonito es carnaval. A la vida de mi vida, muerta la quisiera ver; En una sala tendida y no en ajeno poder. Que bonito es carnaval. Y para despedirse cantaron: De esta esquina para arriba, disque me juran matar. Cual será ese valeroso para darle la del oso. Que bonito es carnaval
En la tercera casa tuvieron suerte. Es que el dueño de casa era muy amigo de los padres del carnavalero y como le gustaba la bebida, aprovecharía el fin de semana para pasarla bien. Entonces llegó la hora de lucirse con las mejores coplas: Ahora si que estoy con gusto, ya no siento la pobreza; Ahora que estoy con mis amigos y aguardiente a la cabeza. Que bonito es carnaval. Esta noche es de alegría y de amigos a lo grande; yo aquí alegre cantando y mi mujer muerta de hambre. Que bonito es carnaval.
Tanta era la algarabía y tan buenas eran las coplas, que llamó la atención a la vecindad y que en el transcurso de la noche fueron sumándose con cierto recelo a la fiesta del carnaval, en donde se polvearon con harina de maíz, jugaron al tusuchi con afrecho. Este juego fue un gran pretexto para manosear a las solteras. Bailaron hasta el cansancio y para descansar crearon un estribillo que decía: ya será bueno, ya será basta; Zapato de hule pronto se gasta. En los momentos de descanso aprovecharon para conversar, para planificar las siguientes visitas, para contar chistes y reírse a carcajadas.
A media noche, los carnavaleros estaban lánguidos y cansados por el baile, afónicos de tanto cantar, los guitarristas ya no podían con el dolor de los dedos de tanto puntear y de pronto a alguien se le ocurrió cantar las últimas coplas que decían: Mi garganta no es de palo ni hechura de carpintero; si quieren oírme cantar, denme un trago primero; que bonito es carnaval. Señora buena Señora, mátele al gallo patojo; Para ir tomando caldito porque me muero de antojo; Que bonito es carnaval. Por la chicha y por el cuy, por eso no mas me vine; porque tostado y mazamorra en mi casa mismo tengo. Que bonito es carnaval. A lo que los dueños de casa respondieron de inmediato sirviendo el banquete del carnaval a todos los presentes. Hubo caldo de gallina, papas con cuy, fritada de chancho con mote pelado, dulce de calabaza con chigüiles y chicha de jora en abundancia. Luego de tan exquisita comilona y ya con las energías recuperadas continuaron con las coplas de agradecimiento, con el baile, con el juego con polvo hasta el amanecer. Ninguno sintió los estragos de la mala noche; casi nadie se había embriagado a pesar de haber ingerido tanto aguardiente. Es que el buen humor y sobre todo por la transpiración provocada por el baile no les permitieron emborracharse.
Cuando el sol había calentado el ambiente, y el momento en que las chicas se dieron cuenta de que los carnavaleros estaban con mal olor debido al sudor de tanto baile, con el respectivo disimulo y al menor descuido les lanzaron agua; así se instituyo el juego del carnaval con agua, nadie se salvó del baño, eran todos contra todos, a las muchachas les metieron en el tanque que estaba casi lleno; así pasaron hasta el medio día, y cuando estaban casi secas las ropas que llevaban puestos, decidieron organizarse para ir a visitar a otras familias. Como ya estaban bien ejercitados en el canto de las coplas, sabían cuales eran las más adecuadas para las diversas ocasiones y sin duda para manifestar sus deseos. Así llegaron a una casa importante, en donde fueron atendidos a cuerpo de Rey. Cantaron y bailaron hasta el agotamiento, se sirvieron un gran banquete y bebieron las mejores mistelas preparadas para la ocasión. Aquí se les ocurrió a las muchachas ensayar algunas coplas satíricas dirigidas a los jóvenes del grupo: Los jóvenes de este tiempo son de pura fantasía; meten la mano al bolsillo, sacan la mano vacía. Que bonito es carnaval. A lo que de inmediato los jóvenes respondieron: Las muchachas de este tiempo son como la granadilla; apenas tienen quince años ya mueven la rabadilla; Que bonito es Carnaval. A la vecina del frente se ha quemado el delantal; a no ser por los bomberos se quemaba el animal Que bonito es carnaval. La única muchita que tengo, a la puerca le he de dar; voz carishina y pelada, que es lo que me vas a dar. Que bonito es carnaval. Las mujeres cuando mean, mean que chisporrotean; los hombres cuando orinamos, sacudimos y guardamos; que bonito es carnaval.
Así se armó lo que se llamaría mas tarde el contrapunto que consiste en organizarse en grupos para ir cantando coplas satíricas que son respondidas de la misma manera en turnos bien organizados. Y por supuesto no se salvaron los casados: Más arriba de mi casa se ha formado una laguna; donde lloran los casados sin esperanza ninguna. Que bonito es carnaval.
Y tampoco se salvaron los bailarines: Bailen, bailen bailarines; bailen que les pagaré, una rosa en cada en cada mano y clavel en cada pie. Que bonito es carnaval. Y para variar, con el afán de sacarse el clavo por algo del pasado: Esa pareja que baila se parece a San Francisco, y galán que lo acompaña, es igual a chivo arisco. Que bonito es carnaval. Y un estribillo: Alhaja guambra la de la loma, que se hace dueña de mi paloma.
Pasaron los días y las noches, crearon y cantaron innumerables coplas, ensayaron los más diversos pasos de bailes de la época, comieron y bebieron los mejores banquetes y las más sabrosas mistelas hasta saciarse, jugaron al tusuchi y se polvearon los rostros con talco y harina de maíz, se bañaron para refrescarse y superar el chuchaque, se quedaron dormidos sentados para recobrar las energías, hicieron grandes amistades y algunos compromisos matrimoniales. Así llegó el día Miércoles de ceniza y con el, el día de la despedida de la fiesta que mas tarde será la más popular de la comarca.
Este día compusieron y cantaron las coplas más tristes de despedida a la fiesta del Carnaval: Cantaremos carnaval ya que Dios ha dado vida, no sea cosa que el otro año, ya nos toque la partida o caigamos patas arriba; adiós, adiós Carnaval. Mushca, mushca tototo muérdele al carnavalero; a que el otro año no vuelva como perro molinero, Adiós, adiós carnaval.
Tan fuerte fue la tristeza que provocó la finalización de esta fiesta muy especial que, se les ocurrió enterrar al carnaval, para tener un pretexto más para ponerse a llorar mientras entonaban las coplas más tristes. Es así como se les ocurrió armar una caja de madera muy similar a las de los funerales que lo llevaron cargando a remuda entre todos y todas al cerro más alto de la Comarca, en donde mientras continuaban cantando, cavaron el hueco para sepultar al carnaval. De las coplas que mas sobresalieron fueron las siguientes: Cuando Salí de mi casa de nadie me despedí; solo de una hojita seca, que cayó cerca de mí. No te vayas carnaval.
Es así como se instituyó la fiesta del carnaval y a la persona que lo inventó se lo bautizo como el Taita Carnaval y se lo recuerda con mucho cariño, porque gracias a el se conserva la tradición y los valores de la generosidad, la solidaridad, la alegría, la poesía, la fantasía.
Coplas del carnaval
Cuando Yo era chiquito, me gustaba el queso tierno
ahora que estoy grandecito, me muero por ser su yerno.
Mi mamita me pegaba con un rabito de oveja
ahora que estoy grandecito, el amor ya no me deja.
De todos los animales, yo quisiera ser el oso
para estar muy pegadito a este culito cerdoso.
De todos los animales, yo quisiera ser venado
para meterte el cachito por donde sale el meado.
La muchita vale medio, el abrazo real y medio
debajo de la cobijas ajustemos los tres reales.
Que bonita esta casa armada con soleras
que bonita esta familia adornada de solteras.
Desde Chillanes me vine montado en un pericote
cuatro veces me ha tumbado, fuera mi tonga de mote.
Que placentero es cagar en ladera empinada
la mierda rueda que rueda y el culo agradecido queda.
Disque te andas alabando diciendo que te he querido
cuantas veces yo te he dicho, que siempre te he mentido.
Todas las mujeres son, como las hojas de Zinc
Cuando no se les clava bien se vuelan donde el vecin o
Yo mismo lavo los platos, yo mismo tiendo la cama
Con esto del feminismo
Solo de parir me falta.
Todas las mujeres tienen en el ombligo una zeta
Pero más abajito tienen la shugua de mi peseta
Salió tu mama y me dijo, por la puerta condenado.
Señores quieren saber cuantos pliegues tiene el culo,
en el verano cincuenta y en invierno treinta y uno .
Yo mismo lavo los platos, yo mismo tiendo la cama.
de la sala a la cocina, el trabajo es mi destino
como no tengo dinero, tengo que cumplir el oficio.
Cuando mi mujer se enoja, me quita toda la plata
Para que ella me devuelva, tengo que cogerle la pata.
Las mujeres de esta era, ya no ayudan al marido
Con esto del feminismo, solo de parir me falta.
No quieren cuidar a los niños, ni lavar los calzoncillos.
Al pasar por tu morada, visitarte es mi deseo,
Pero como no hay cariño, yo sigo triste mi camino.
ESTREBNILLOS
En esta esquina baila un payaso, se guambrita dame un abrazo.
Movete, movete matita de ají, como te movías cuando te cogí.
Hay Dios se lo pague, por este banquete, Agradeciendo me voy saliendo
Hay de mi, hay de voz en una cárcel los dos, comidos o no comidos pero juntitos los dos
Asi diciendo vamos andando, buscando amigos y también cariño
Anónimo